-Son
tiempos oscuros, no te lo voy a negar – Suspiró, limpiándose las
manos de fango con la túnica.
-¿Pero qué
vamos a hacer? No podemos ocultarnos eternamente en esta cloaca que
llamamos refugio.
Zadne
miraba con intensidad a Habd, esperando que tras su súplica, tuviese
una idea prodigiosa que les salvase de nuevo. Habd detuvo su limpieza
y le devolvió la mirada. Estaba cansado, hambriento y molesto.
-Yo también
quiero salir de esta, pero no se trata de una simple encerrona de
bandidos – Apoyó la espalda en el frío muro de piedra, cruzándose
de brazos. - Recuerda que ahora es la Orden quien quiere nuestro
cuello y jugársela no va a ser fácil. Tienen ojos por todas
partes...
Habd se
percató de la expresión de decepción que traspasaba el rostro de
su pareja.
-Bueno, no
te preocupes – La consoló, agachándose y ocultándole un
brillante mechón de cabello bajo la capucha. Repasó su barbilla,
levantándole la cabeza. - Encontraremos un modo, lo prometo.
Zadne
colocó su mano enfundada en un guante sobre la de Habd y le sonrió.
Habd se
sobresaltó con un aullido grave que retumbó entre las paredes. A
tientas, se apartó y pateó algo blando. “Aquello” emitió un
pequeño quejido. De la patada, fue a estrellarse contra el muro.
-Condenadas
ratas... - Murmuró con enfado Habd. Recogió el animal muerto y
sopesó un instante.
-No estarás
pensando lo que creo que estás pensando, ¿verdad?
-¿Y qué
otro remedio nos queda? O nos alimentamos nosotros o ellas lo harán
con nuestro desnutrido cadáver. Te lo aseguro.
-Y... ¿Y
la cantidad de enfermedades que podemos contraer?
-A mí ya
me ha mordido. Así que al menos moriré con el estómago lleno.
Habd cogió
el trozo de lino que encontró más limpio y puso el animal inerte.
Se colocó cerca del tenue brillo que desprendía Zadne. Ella le
observaba mientras él retiraba el pellejo con una pequeña daga. Se
deshizo de los restos lanzándolos a la lejanía. Arqueó la espalda
y creó una cúpula cerrada con su túnica. Comenzó a transmitir
calor con una pequeña llama que brotaba de la palma de su mano. Un
lento trabajo pero con resultado aceptable.
-¿Seguro
que no quieres? Hemos llegado a comer cosas con peor sabor.
Le rugían
las tripas pero aún no estaba dispuesta a recurrir a semejantes
manjares.
-Estoy
segura – Dictaminó
-Bueno,
pero no te quedarás sin comer, ¿no? - Dijo extrayéndose un chusco
de pan de entre los pliegues de la ropa.
Zadme
recibió la comida de buen agrado a pesar de la dureza. Roía con
paciencia y esmero. Habd la miraba, divertido.
-Ahora el
ratón eres tú.
Al día
siguiente, (Entendiendo que entre la penumbra “el día siguiente”
empezaba tras haber dormido) sin perder ni un minuto se pusieron en
marcha. No tenían ni idea de la hora, pero todo parecía estar más
oscuro. Zadne desenfundó parte de su mano pero Habd le detuvo.
-No
deberíamos. Nos verían muy fácilmente.
En el
momento de claridad que desató Zadne, brillaron decenas de ojillos
de color dorado.
-No estamos
tan solos como creemos.- Sentenció Habd.
Sus botas
de cuero chapoteaban en los charcos de agua estancada. En las
esquinas superiores, a intervalos, las rendijas que conducían a la
calle mostraban haces de luz provenientes de los ocasionales carros,
seguidos por un lejano ruido de cascos. Ignoraron todas las
bifurcaciones. Tenían muy claro que la que buscaban, la tendrían
siguiendo un camino recto, hacia el exterior de la ciudad, la salida
que daba al río.
Tras una
intensa caminata en silencio, avistaron la claridad de la mañana al
final del túnel. La emoción se apoderó de ellos y sus zancadas se
hicieron más largas.
De pronto,
Habd se detuvo, parando a Zadne con el brazo. Sentía algo. Algo
próximo y peligroso. Con un temple felino, escudriñó la negrura de
lado a lado.
-Atrás. -
Empujó sin mucha fuerza a Zadne. Ante sus ojos, una bola de fuego
estalló en el muro. El musgo y residuos esparcidos por el suelo se
impregnaron de chispas y brasas, iluminando la cloaca.
-No hay
que poner en duda tus sentidos, ¿eh, Habd?- Rió una voz a su
espalda.
-Ni
tampoco hay que salir en mi búsqueda.- Añadió, dando un paso al
frente. - A menos que busques la derrota, claro.
Su
contrincante se quedó atónito un instante y comenzó a reír. Sus
facciones eran levemente reveladas por un haz de luz del fuego que
brotaba en sus manos. Su tez era morena, con una barba oscura y
larga. Parte de su cara presentaba un aspecto rugoso, una cicatriz
inmensa que llegaba desde la prácticamente desaparecida ceja
izquierda hasta la altura del bigote. Sus labios finos dejaron de
sonreír.
Lanzó
otro proyectil contra Habd. El chisporroteo y el humo inundaron el
lugar. Ninguno dijo nada. Habd estaba pendiente de un zumbido lejano,
que cada vez sonaba más cercano.
-¡Cuidado!
- Gritó Zadne.
Inconscientemente,
Habd se tiró al suelo, cayendo sobre el agua estancada. Zadne se
agachó, aún pegada a la pared. El invocador de fuego alzó su
túnica y se cubrió, sin dejar de observar la pareja. Por encima de
sus cabezas, una nube de langostas surcó el aire, con un ruido
atronador. Fueron unos largos quince segundos hasta que todo volvió
a la calma. Habd impulsó una invisible bola de oscuridad contra su
oponente. Profirió un aullido de dolor, pero antes de que Habd
pudiera golpearle de nuevo éste sintió una fuerte presión sobre su
oreja derecha. Su ojos y la boca se llenaron de barro.
-¿Otra
vez arrastrándote, Habd? Me sorprende que no te hayas convertido ya
en un gusano. – Dijo una nueva voz a su espalda.
Habd oía
débilmente sus palabras. Se encontraba en medio de una conmoción y
lo único de lo que era consciente era de su dolor. Si seguía
pisándole, acabaría por estallarle el cráneo.
Se
retorció, escupiendo fango repetidamente.
-Vaya,
pero si te has traído un bicho contigo. -Añadió, mirando a Zadne,
que continuaba agachada y atemorizada. Habd intentó levantarse y
tantearle con la pierna para derribarlo. - ¿Te suena esto, Habd?
Le propinó
una patada en el estómago, que le hizo recogerse sobre sí mismo.
Zadne gritó. Habd, con las manos en el vientre, se giró para
mirarle a la cara. Pero ésta estaba tapada con la capucha y lo único
que divisó fueron sus ojos amarillos, tan característicos.
-Vaya,
otra rata. Aún me he quedado con hambre. Así que si no te
importa... - Murmuró canalizando un poder que parecía ausentarse en
su lenta agonía.
Lo último
que alcanzó a ver, fue una bota yendo a su barbilla, destrozándole
la mandíbula y golpeando su nuca contra un saliente. Zadne repetía
el nombre de Habd una y otra vez, cada vez más fuerte hasta que él
ya no se movió. Corrió a lado y zarandeó el cadáver, llorando.
Tanto el invocador de fuego, que quedó al margen, tanto como el de
la peste se quedaron inmóviles, observando la desesperación de la
muchacha.
Zadne
gritaba mientras se retiraba la ropa y su brillo aumentaba. Su
cabello se derramó sobre su espalda y pecho y sus desnudas manos
revelaban el rictus de Habd. Se aferró a él y vociferando, inundó
de una luz cegadora que obligó a ambos a cubrirse la cara y no ver
como Zadne se consumía. Su pena fue rápida antes de desaparecer.
-Pues sí
que ha sido fácil. - Resopló con sorna el asesino.
-Entonces...
El mito era cierto. - Respondió el otro, con seriedad. Ambos se
miraron y abandonaron el lugar el silencio.
“Y la
luciérnaga amaba tanto la oscuridad que se apagó con ella.”