4/5/15

La Raíz - Elegiré





El pasado fin de semana el municipio de Villarobledo acogió por vigésima vez el Viña Rock. Año tras año el festival se ha consagrado como uno de los eventos musicales más importantes del país y muchos jóvenes han ido observando su evolución desde la distancia, aguardando con romanticismo y expectación esa edición en que, por primera vez, se cumpliría un sueño que abriría una nueva etapa en sus vidas. Ese era mi destino desde el mismo momento en que salieron las entradas a un módico precio de 27€ y, sin apenas entrar en discusiones, yo y los buenos compañeros que me acompañaron lo decidimos: éste era nuestro año. Y así, las fechas comprendidas entre el 29 de abril al 2 de mayo quedaron marcadas a fuego en nuestro calendario y según transcurrían las semanas, las ganas y la emoción se iban acrecentando.

No son pocos los que abandonan Villarrobledo antes de terminar el festival. Sobrevivir al calor sofocante de la tarde y al frío de la noche, a conciertos que a veces se convierten en auténticas batallas épicas, puede superar la capacidad de resistencia de muchos. Afrontamos nuestro primer Viña Rock dispuestos a equivocarnos para aprender de nuestros errores, pero la suerte, el destino, o alguna fuerza divina que acompañó nuestro espíritu y nuestra voluntad nos permitieron disfrutar al máximo del ambiente y de la experiencia. Quizás la novedad o la magnitud del evento nos embriagaron de una forma anestésica. Puede que el alcohol también ayudara. O el café mañanero que nos tomábamos en el bar del pueblo y que marcaba el inicio del día. Un café que tomábamos a pequeños sorbos, en silencio. Para nosotros lo primero era la calma, después vendría la tempestad.






La mañana transcurría alrededor de la tienda de campaña y, sobretodo, de la mesita que sostenía los aperitivos y las cervezas. Mantener la bebida fría era el mayor de nuestros retos, pero por suerte veinte años de festival dan para que esté todo ya pensado: por todas partes encontrábamos a gente dispuestas a vender bolsas de hielo. Algunos eran asistentes del festival que se habían llevado grandes cantidades de hielo en un refrigerador para dedicarse a venderlo y así pagarse la entrada; otros eran gente del pueblo dispuesta a hacer negocio. Porque el Viña-Rock, en parte es eso: todo un pueblo que se pone de acuerdo para hacer negocio y obtener jugosos beneficios durante cinco días. Fueras por donde fueras encontrabas algún comercio improvisado que buscaba sacar fruto de nuestras necesidades: duchas calientes a tres euros (aunque algunos se ahorraban unas pelas duchándose en la fuente del pueblo o aprovechando la manguera de la gasolinera), cargue su móvil por euro y medio, puestos de comida, camisetas, chapas, gafas de sol, todo cuanto uno se pueda imaginar. Nosotros situamos nuestra tienda al lado de unos valencianos, gente de nuestra tierra, con los que compartimos toldo (eso nos salvó) y charlas más que interesantes. Porque el festival comienza desde que uno se levanta y se encuentra continuamente con gente de todo tipo con la que da gusto hablar y compartir historias, porque allí la gente sólo va a pasárselo bien. Cuando se iniciaba la tarde empezaban a sonar los instrumentos: guitarras, cajones, dulzainas amenizaban la espera hasta la hora de los conciertos. Y llegaba la hora, caminábamos medio kilómetro hasta la gran carpa blanca que marcaba la zona de entrada mientras gritábamos cantos de todo tipo con la idea que la gente se fuera uniendo. Más de un canto lo recitábamos en catalán, porque aunque Villarrobledo se llenó esos días de gente de todas las puntas de España, predominaba claramente la gente de Valencia y Cataluña, tanto es así que los gerentes de los bares y locales de la zona entendían perfectamente el catalán. Quizás esto es reflejo de la evolución cultural y musical de esas dos comunidades, donde emergen, cada vez más, grupos de todos los estilos y que se integran muy bien en el espíritu del Viña.

Acostumbrados a soportar largas colas y atascos en nuestros anteriores festivales, nos sorprendió la fluidez con la que podíamos entrar y salir de la zona de los conciertos, puesto que se han duplicado las zonas de entrada respecto al pasado año. Entramos, eso sí, no sin antes ser cacheados de cabo a rabo (tómese esta palabra tan literalmente como pueda) para comprobar que no pasáramos ningún objeto peligroso. Tan “peligroso” como la crema solar, aunque luego dentro hubiera bengalas por dóquier. Pero son detalles que uno debe aceptar cuando un festival que empezó como una idea de unos cuantos músicos de un pequeño pueblo para llenar el campo de fútbol acaba siendo un evento que reúne cada año a aproximadamente 100000 personas. Eso sin contar a las muchísimas más personas que asisten al pueblo sin entrada, acampan, y se dedican a organizar el “anti-viña”, varias raves convocadas lejos de la zona de conciertos y que no dejan de sonar ni por el día ni por la noche.






La zona de conciertos se dividía en seis escenarios extendidos en una explanada enorme y a dos alturas. Al este se situaba el escenario Poliakov, dedicado al metal y al punk, donde grupos como Warcy, Non Servium o Habeas Corpus nos deleitaron con su potente directo. Justo al lado estaba la barra y seguida de ella, dos escenarios (Zhem y Negrita) pegados que iban alternando las actuaciones y donde actuaban los grupos de rock y mestizaje. En el escenario Negrita tuvo lugar el concierto más multitudinario del festival el sábado a las tres de la madrugada. Actuaba La Raíz, el grupo gandiense que fue la revelación de la pasada edición y de la que se esperaba una enorme afluencia. Sin embargo, todos los pronósticos se quedaron cortos. Los asistentes acudieron en masa a ver a un grupo que resultaba atractivo para los seguidores de cualquiera de las múltiples ofertas musicales que el festival presenta. Empezamos el concierto en primera fila, al igual que lo habíamos hecho con Boikot, Reincidentes o La Gossa Sorda. Pronto nos salimos buscando aire, pero aprendimos a disfrutar del concierto desde la última fila, evocando los magníficos momentos que este grupo nos ha dado desde que los vimos nacer muy cerquita de nuestro pueblo y que en ese momento alcanzaban su momento cumbre, con más de 60000 personas coreando al unísono los lemas que nosotros, desde muy jóvenes, habíamos cantado.



Actuación de La Raíz en el Viña Rock 2015



Caminando hacia el oeste nos cruzábamos con el Viña Grow, feria cannábica donde se ofrecían charlas, monólogos y productos para el uso y cultivo del cannabis. De allí me llevé un folleto que me regalaron dos jóvenes abogados que habían terminado la carrera y que se habían especializado en casos de defensa relacionados con el consumo del cannabis. A más de uno de los multados en los rígidos controles -con perros incluídos- de entrada al pueblo les iba a interesar. No es casualidad que según uno iba caminando hacia el oeste, el olor a cerveza y calimocho se fuera sustituyendo por el aroma a marihuana. Y es que el escenario Coolway, dedicado al reggae, se consolidó definitivamente, siempre lleno a rebosar. Algunos decidían vivir la adrenalina del puro reggae saltando y bailando delante del escenario y otros subían unos metros de la planicie inclinada hasta llegar a una zona cubierta por el césped, donde podían descansar sobre la luz de la luna escuchando la música de Morodo o The Original Wailers con una panorámica perfecta del público y del escenario. Más hacia el oeste se hallaba el escenario Delicius Seeds, dedicado a los grupos nóveles, y el escenario Canna, dedicado al rap. En este último actuaron Rapsusklei, SFDK o Los Chikos del Maíz, quienes ofrecieron uno de sus conciertos más reivindicativos y el público se llenó de banderas republicanas. Sin embargo, la bandera que el Nega -cantante de Los Chikos del Maíz- ondeó irónicamente fue la de Suiza, la bandera a la que sirven esos patriotas de pandereta como Bárcenas o Rodrigo Rato.



Escenario Coolway



El Viña Rock es, en definitiva, música, diversión es compañerismo, espíritu de colaboración, de aprendizaje. Es una experiencia absoluta, frenética, es instalarte en el festival y olvidarte durante unos días de todo lo que existe fuera de ese lugar, es vivir la cultura del presente y del momento, Viña Rock es dejarte seducir, es dejar que el concierto fluya. En el viña echarás de menos durante un par de días esas cosas cotidianas que no te paras a valorar (dormir bien, tener una larga ducha, encontrar un baño en condiciones), pero todo lo que allí viviste será aquello que anhelarás durante el resto de días del año.

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