14/8/15

El mito

-Son tiempos oscuros, no te lo voy a negar – Suspiró, limpiándose las manos de fango con la túnica.

-¿Pero qué vamos a hacer? No podemos ocultarnos eternamente en esta cloaca que llamamos refugio.

Zadne miraba con intensidad a Habd, esperando que tras su súplica, tuviese una idea prodigiosa que les salvase de nuevo. Habd detuvo su limpieza y le devolvió la mirada. Estaba cansado, hambriento y molesto.

-Yo también quiero salir de esta, pero no se trata de una simple encerrona de bandidos – Apoyó la espalda en el frío muro de piedra, cruzándose de brazos. - Recuerda que ahora es la Orden quien quiere nuestro cuello y jugársela no va a ser fácil. Tienen ojos por todas partes...

Habd se percató de la expresión de decepción que traspasaba el rostro de su pareja.

-Bueno, no te preocupes – La consoló, agachándose y ocultándole un brillante mechón de cabello bajo la capucha. Repasó su barbilla, levantándole la cabeza. - Encontraremos un modo, lo prometo.

Zadne colocó su mano enfundada en un guante sobre la de Habd y le sonrió.
Habd se sobresaltó con un aullido grave que retumbó entre las paredes. A tientas, se apartó y pateó algo blando. “Aquello” emitió un pequeño quejido. De la patada, fue a estrellarse contra el muro.

-Condenadas ratas... - Murmuró con enfado Habd. Recogió el animal muerto y sopesó un instante.

-No estarás pensando lo que creo que estás pensando, ¿verdad?

-¿Y qué otro remedio nos queda? O nos alimentamos nosotros o ellas lo harán con nuestro desnutrido cadáver. Te lo aseguro.

-Y... ¿Y la cantidad de enfermedades que podemos contraer?

-A mí ya me ha mordido. Así que al menos moriré con el estómago lleno.

Habd cogió el trozo de lino que encontró más limpio y puso el animal inerte. Se colocó cerca del tenue brillo que desprendía Zadne. Ella le observaba mientras él retiraba el pellejo con una pequeña daga. Se deshizo de los restos lanzándolos a la lejanía. Arqueó la espalda y creó una cúpula cerrada con su túnica. Comenzó a transmitir calor con una pequeña llama que brotaba de la palma de su mano. Un lento trabajo pero con resultado aceptable.

-¿Seguro que no quieres? Hemos llegado a comer cosas con peor sabor.

Le rugían las tripas pero aún no estaba dispuesta a recurrir a semejantes manjares.

-Estoy segura – Dictaminó

-Bueno, pero no te quedarás sin comer, ¿no? - Dijo extrayéndose un chusco de pan de entre los pliegues de la ropa.

Zadme recibió la comida de buen agrado a pesar de la dureza. Roía con paciencia y esmero. Habd la miraba, divertido.

-Ahora el ratón eres tú.

Al día siguiente, (Entendiendo que entre la penumbra “el día siguiente” empezaba tras haber dormido) sin perder ni un minuto se pusieron en marcha. No tenían ni idea de la hora, pero todo parecía estar más oscuro. Zadne desenfundó parte de su mano pero Habd le detuvo.

-No deberíamos. Nos verían muy fácilmente.

En el momento de claridad que desató Zadne, brillaron decenas de ojillos de color dorado.

-No estamos tan solos como creemos.- Sentenció Habd.

Sus botas de cuero chapoteaban en los charcos de agua estancada. En las esquinas superiores, a intervalos, las rendijas que conducían a la calle mostraban haces de luz provenientes de los ocasionales carros, seguidos por un lejano ruido de cascos. Ignoraron todas las bifurcaciones. Tenían muy claro que la que buscaban, la tendrían siguiendo un camino recto, hacia el exterior de la ciudad, la salida que daba al río.
Tras una intensa caminata en silencio, avistaron la claridad de la mañana al final del túnel. La emoción se apoderó de ellos y sus zancadas se hicieron más largas.
De pronto, Habd se detuvo, parando a Zadne con el brazo. Sentía algo. Algo próximo y peligroso. Con un temple felino, escudriñó la negrura de lado a lado.
-Atrás. - Empujó sin mucha fuerza a Zadne. Ante sus ojos, una bola de fuego estalló en el muro. El musgo y residuos esparcidos por el suelo se impregnaron de chispas y brasas, iluminando la cloaca.

-No hay que poner en duda tus sentidos, ¿eh, Habd?- Rió una voz a su espalda.
-Ni tampoco hay que salir en mi búsqueda.- Añadió, dando un paso al frente. - A menos que busques la derrota, claro.

Su contrincante se quedó atónito un instante y comenzó a reír. Sus facciones eran levemente reveladas por un haz de luz del fuego que brotaba en sus manos. Su tez era morena, con una barba oscura y larga. Parte de su cara presentaba un aspecto rugoso, una cicatriz inmensa que llegaba desde la prácticamente desaparecida ceja izquierda hasta la altura del bigote. Sus labios finos dejaron de sonreír.
Lanzó otro proyectil contra Habd. El chisporroteo y el humo inundaron el lugar. Ninguno dijo nada. Habd estaba pendiente de un zumbido lejano, que cada vez sonaba más cercano.

-¡Cuidado! - Gritó Zadne.
Inconscientemente, Habd se tiró al suelo, cayendo sobre el agua estancada. Zadne se agachó, aún pegada a la pared. El invocador de fuego alzó su túnica y se cubrió, sin dejar de observar la pareja. Por encima de sus cabezas, una nube de langostas surcó el aire, con un ruido atronador. Fueron unos largos quince segundos hasta que todo volvió a la calma. Habd impulsó una invisible bola de oscuridad contra su oponente. Profirió un aullido de dolor, pero antes de que Habd pudiera golpearle de nuevo éste sintió una fuerte presión sobre su oreja derecha. Su ojos y la boca se llenaron de barro.

-¿Otra vez arrastrándote, Habd? Me sorprende que no te hayas convertido ya en un gusano. – Dijo una nueva voz a su espalda.
Habd oía débilmente sus palabras. Se encontraba en medio de una conmoción y lo único de lo que era consciente era de su dolor. Si seguía pisándole, acabaría por estallarle el cráneo.
Se retorció, escupiendo fango repetidamente.
-Vaya, pero si te has traído un bicho contigo. -Añadió, mirando a Zadne, que continuaba agachada y atemorizada. Habd intentó levantarse y tantearle con la pierna para derribarlo. - ¿Te suena esto, Habd?

Le propinó una patada en el estómago, que le hizo recogerse sobre sí mismo. Zadne gritó. Habd, con las manos en el vientre, se giró para mirarle a la cara. Pero ésta estaba tapada con la capucha y lo único que divisó fueron sus ojos amarillos, tan característicos.

-Vaya, otra rata. Aún me he quedado con hambre. Así que si no te importa... - Murmuró canalizando un poder que parecía ausentarse en su lenta agonía.

Lo último que alcanzó a ver, fue una bota yendo a su barbilla, destrozándole la mandíbula y golpeando su nuca contra un saliente. Zadne repetía el nombre de Habd una y otra vez, cada vez más fuerte hasta que él ya no se movió. Corrió a lado y zarandeó el cadáver, llorando. Tanto el invocador de fuego, que quedó al margen, tanto como el de la peste se quedaron inmóviles, observando la desesperación de la muchacha.
Zadne gritaba mientras se retiraba la ropa y su brillo aumentaba. Su cabello se derramó sobre su espalda y pecho y sus desnudas manos revelaban el rictus de Habd. Se aferró a él y vociferando, inundó de una luz cegadora que obligó a ambos a cubrirse la cara y no ver como Zadne se consumía. Su pena fue rápida antes de desaparecer.

-Pues sí que ha sido fácil. - Resopló con sorna el asesino.

-Entonces... El mito era cierto. - Respondió el otro, con seriedad. Ambos se miraron y abandonaron el lugar el silencio.


Y la luciérnaga amaba tanto la oscuridad que se apagó con ella.”

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