Mi pelo reseco
vuela a mi alrededor, dándome un aspecto de abandono. ¿Es eso
envejecer? ¿Qué todo tome distancia? Me juzgo por la apariencia tan
derrocada. Con lo bonita que acostumbraba a ser, pienso, en mis años
de bonanza. Los chicos se morían por pedirme bailar y las chicas me
odiaban por dejarlas sentadas. El recuerdo de una hermosa cabellera y
una provocativa falda se desvanecía ante mi reflejo, quien me
devolvía la imagen demacrada y carcomidas por las sonrisas y
suspiros que dejan rastro en la piel. Mi cuerpo curtido por los soles
de las playas que he recorrido a lo largo de mi vida está marchito
entre las arrugas que me visten, moteadas por manchas más negruzcas.
¿Es eso envejecer? ¿Oscuridad? Me armo con las tijeras y con mi
débil pulso, hago jirones mi cabello. Caen mechones canosos a mi
alrededor. La primera impresión de mí tras el corte es extraña,
casi repudiable. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Llevar vestidos de
flores? Me niego a eso, pero rotundamente. Me digo a mí misma que
aún hay un atisbo de sensualidad en mi poco-caídos pechos y en una
figura que no se ha dejado llevar por los problemas de azúcares.
Me coloco unos
pantalones negros del trabajo de mi hija, sujeto por un cinturón, y
una camisa blanca. Abandono la casa con un sombrero remilgado pero no
muy formal que encontré días atrás ordenando el armario. No veo la
necesidad de ocultar las bolsas bajo mis ojos. Los estudiantes
también las llevan; o es la moda o ¿eso es envejecer? Paso de largo
de mi habitual peluquería y me detengo ante otra más llamativa y
moderna. “Unisex”, decora el nombre del lugar pero al hacer sonar
la campanita de la puerta del local, veo personas de ambos sexos.
¿Por qué “unisex” y no “duosex” o “todosex”? Bah,
jóvenes. La dependienta me atiende, mientras analiza mi corte y qué
me haría. “Teñir” le pido. Extrae un catálogo y me pide con su
chicletoso tono de voz que elija un el tono. Paso las páginas,
observando las juveniles poses de las modelos. El rosa salta a la
vista pero yo quiero ser yo misma, no un producto extraño salido de
un show de televisión. Me decanto por un rubio discreto. “¡Pero
si siempre has sido morena, mamá!”, replicaría mi hija y eso me
hace sonreír mientras espero a que regresa la muchacha.
El tinte y su
olor me invade junto con una sensación de miedo. ¿Y si no me queda
bien? Me tendría que resignar y esperar a que el agua malgaste la
pintura. Esperar y resignarse ¿Eso es envejecer? Respiro hondo y lo
dejo estar, que como quede, será así. Por fin, entre la humedad, mi
cabello vuelve a brillar, secándose y ondulándose. Estoy satisfecha
con el trabajo y la elección. Le pago y me marcho contenta.
No quiero llevar
el sombrero el resto del día. Es más, ni lo quiero. Nadie lo echará
en falta estando tan perdido en un rincón de un cajón. Lo sujeto
entre mis manos, y al cruzarme con un hombre, se lo coloco sin
volverme atrás. Sé que está mirándome, sorprendido seguramente, y
trae recuerdos.
La muerte está
cerca. Siempre lo está pero me he dado cuenta de que cuando te hace
mayor, prácticamente todo es un peligro contra el que vas perdiendo
fuerzas para luchar. Lo único que puedo hacer para espantarla, es
volver a nacer. Eso es envejecer.
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