30/5/15

La magia no desaparece

Me dijeron una vez que mis trucos eran todo juegos de mano rápidos y engañosos, ilusiones. Pero aquellas palabras no acabaron con mi aliento por seguir aprendiendo magia. Tuve varios maestros, con grandes técnicas y todo ellos distintos. Algunos de ellos incluso tenían un sitio en el podio de “mayores magos”. Se me antojaba muy interesante el mundo que los ojos ignoran, las matemáticas de las cartas y la mecánica de los objetos. Algo cierto tenía aquel reproche pero hay algunos hechos inexplicables: Como el amor de un mago. 
 Ocurrió durante el periodo en el que estuve trabajando para un circo, de ilusionista claramente. Yo rondaba los veinte años y aunque llevaba tiempo con el mundillo del espectáculo, jamás dejaba de fascinarme. Sobretodo con los saltos y acrobacias de los saltimbanquis. En nuestra carpa había un cuarteto de chicas impresionante. Cuando estaba empezando me ayudaron a adquirir velocidad con los dedos. Un día, tras la actuación de este grupo, tuve que salir para realizar mi parte del trabajo. Siempre era lo mismo; la paloma en el sombrero, los pañuelos infinitos, la pelota que desaparecía... Se especulaba que los magos como yo lo teníamos  todo oculto “bajo la manga”, y ya que mi compañía gozaba de reputación y experiencia, yo salía vestido con un chaleco. Esto hacía que aumentase la audiencia. Los aplausos y las voces asombradas de los niños eran una morfina realmente placentera. Tras un cuarto de hora en escena, sonriéndole al público, me topé con una mirada curiosa de una chica realmente hermosa. Algo encogió mi pecho cuando nuestro ojos se cruzaron, como una corazonada. En contra de las normativas de nuestro jefe, subí hasta las gradas y la invité amablemente a unirse a mí en el escenario. Me concedió el honor con un silencioso y agradable asentimiento. Alcancé mi baraja y, realizando un abanico con las cartas mostrando el dorso, le pedí que cogiera una al azar, que la recordase y que no me la mostrase. A lo lejos podía oír a mis compañeros murmurando y a mi superior refunfuñando. Ella hizo lo que le ordené y me devolvió la carta. Barajé, nervioso.
 -Sentiré la energía de tu carta y la encontraré. 

 Su callado entusiasmo hacía que mis dedos resbalasen torpes. Comencé a seleccionar cuando me detuve ante una y la levanté.
 -¿Es esta?
 Negó con la cabeza, sorprendida. El público estalló en carcajada limpia y mis camaradas, atónitos, me abuchearon entre burlas cariñosas. Mi jefe me maldecía. Noté unas gotitas de sudor por mi frente, brillantes bajo los focos. 
 -Perdonen, pero esta baraja tiene dos elementos muy importantes- Improvisé. El silencio se hizo  poco a poco ante mi noticia. Busqué entre las cartas las figuras en cuestión y las alcé al aire. - Estos dos bufones son mágicos y muy raros. Mira- le dije a la muchacha- Tienen una bicicleta y me llevarán hasta tu carta.- Las puse en la palma de mi mano, deseando con todo mi espíritu no dejarme en ridículo nuevamente. Sacudí con un movimiento rápido y conciso y cayó una carta.
 -¿Y esta?- Volví a cuestionar, esta vez con menos orgullo.
Durante unos eternos cinco segundos no reaccionó hasta que de pronto una sonrisa la iluminó. Comenzó a aplaudir en solitario y lentamente, las palmas de la gente se unieron a coro y formaron un ruido ensordecedor. La carta era el siete de picas. 
 La besé en la mano con cordialidad, mientras mi patrón captaba la atención del público, daba las gracias por su presencia y se despedía hasta el día siguiente. La muchedumbre se agolpaba en la salida y yo no quería perderla de vista. Cogí de mi camerino una toalla y fui corriendo, interrumpiendo a las gimnastas que me felicitaban.
 Salí a la feria buscando su vestido, examinando la multitud. Las voces a mi al rededor me reconocían pero yo ya no tenía más sentido que el de la vista. Una lenta agonía y desesperación muy breves pero mortales para los nervios fue la necesaria para encontrarla cerca de una barraca de tiro. Me acerqué tímido y sudoroso hasta su posición.
 -¿Podía hablar un minuto contigo?
 Ella y sus acompañantes me miraron de arriba a abajo.
 -¿Vas a sacarte un ramo de flores de la chistera?- Dijo uno, con sorna.
 Hizo caso omiso y me tomó del brazo, arrastrándome metros más allá.
 -¿Qué quieres? -Me preguntó con ternura.
 -Quisiera pedirte una cita, para volver a verte- Le propuse, tratando de esconder mi euforia.
 -Una vez leí: “El amor es mágico, pero a veces la magia es una ilusión”
 -¿Qué insinúas?- Fruncí el ceño.
 -No es un rotundo rechazo, pero tengo miedo de que sea un fuego breve, eso mismo, una ilusión. Yo no estoy para juegos que afecten cosas tan fuertes como los sentimientos. Eres un mago y eso de alguna manera me impone cierto respeto- Bajó la cabeza y con un suspiró añadió- Es como si fuerais un misterio y el resto ignorantes de lo que guardáis. 
 Me quedé en silencio, que tomó como una respuesta pero yo no pensaba dejarlo ahí. Le agarré la mano y pedí su mirada de vuelta. Me retiré el sombrero, vacié mis bolsillos, dejándolo todo en el suelo.
 -El único truco que quiero contigo es el de hacer aparecer una sonrisa en tus labios, abrir la caja de tus sueños y hacerlos volar, atar bien los caminos y llegar hasta un destino que concierna todo lo inexplicable, que no tenga palabras. Un silencio mágico y cómplice. 

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