26/6/15

Creer que un cielo en un infierno cabe

No corren buenos tiempos para la literatura. Ni para los submundos que se encuentran dentro del gran mundo literario. Hablo de la poesía o la narrativa. Bueno, al lector le estoy mintiendo en una cosa: sí corren buenos tiempos para las novelas, de alguna forma. Corren buenos tiempos porque existe eso que se llama el bestseller, que no es otra cosa que un novelista que ha vendido no sé cuántos ejemplares de uno de sus libros. Pero debo diferenciar, o por lo menos así lo creo como voraz lector que soy, entre dos tipos de bestseller. Están los bestseller de corazón, los que llegan ahí arriba escribiendo una historia sacada de lo más profundo de su alma. Escribir no da para comer. Si alguien piensa que publicar un libro le va a abrir las puertas del cielo, se equivoca rotundamente. Escribir consiste en mostrar los sentimientos. Solo cuando un escritor consigue que el lector sienta las palabras que ha dejado escritas, entonces es un escritor de verdad. Sin embargo, tenemos a los otros bestseller, esos que como Obélix se cayeron a la marmita y tuvieron la fortuna de triunfar en un mundo literario que, a día de hoy, está más que jodido. Retomando el inicio de este artículo, no corren buenos tiempos para la literatura. Y es que, en lo que se refiere a novelas, no podemos comparar a Blue Jeans con Arturo Pérez-Reverte, ni a Dan Brown con Javier Sierra. Hay autores puramente comerciales, no hace falta haber leído mucho para darse cuenta de eso. Y hay autores puramente autores, que a la hora de escribir tienen un por qué. La literatura es como el periodismo, una manera de cambiar el mundo. Con esta breve opinión no quiero criticar a esos bestseller comerciales que están triunfando. Pero, ¿cree el lector que tipos como Federico Moccia o Blue Jeans van a pasar a la historia de la literatura? Yo no lo dudo y digo un no rotundo. No es lo mismo A tres metros sobre el cielo que La sombra del viento. No, no es lo mismo.

La cultura del bestseller.
Este artículo, repito, no es para criticar al mundillo del bestseller comercial, sino para hablar sobre los sentimientos. Y ahora es cuando giramos el timón del barco y nos situamos frente a la poesía. En los últimos años estamos viendo un auge de lo que yo llamaría poesía pornográfica, pues ni siquiera merece calificarse de poesía erótica. Esta poesía, cuyos principales exponentes son autores como Diego Ojeda o Carlos Salem, solo habla de sexo. Si el lector lee algunos de estos poemas pornográficos podrá comprobar que se trata de prosa poética, y que no habla de otra cosa que de -voy a decirlo- follar. ''Y nada / que te echo de menos / que voy a masturbarme pensando en nosotros''. Esto, por ejemplo, aparece en el último verso de uno de los poemas del señor Diego Ojeda. La poesía no consiste en decir que quieres poner a la persona a la que quieres contra la pared y hacerle cositas en sus partes íntimas hasta que el sudor se evapore de tu cuerpo. Eso no es poesía. Eso, diciéndolo alto y claro, es porno. Creo que el mundo del porno no debe juntarse nunca con el de la poesía. La poesía es el reflejo del alma, de los sentimientos. El porno lírico es otro tipo de cosa, yo lo calificaría como mierda, basura. Si Lope de Vega se levantara de su tumba...



El problema es que todo en este mundo se ha materializado, y el materialismo ha llegado hasta la poesía en forma de prosa poética que no sirve ni para fumarse un cigarro, y cuyos temas son, una y otra vez, fornicar como monos. Pero bueno, también ha llegado el porno a la música con estilos como el reggaetón.
En una sociedad materialista cien por cien, parece que no hay sitio ya para el romanticismo ni para mostrar los sentimientos. Parece que a las personas nos cuesta cada vez más decir un ''te echo de menos'' o un ''te quiero'' que lanzar a alguien encima de una cama y perder el poco pudor que tengamos. Parece que el romanticismo y los sentimientos han muerto, y que solo queda sitio para el desenfreno físico y sin escrúpulos. Sin embargo, algunos seguimos creyendo en los sentimientos. Porque, ya saben, nunca es tarde para ''creer que un cielo en un infierno cabe''.

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