6/6/15

Disputas de silencio

NyNC

-Cariño, yo..., yo..., Lo siento, no pretendía, de veras- Balbuceo, notando mis ojos llenarse de lágrimas. Me apoyo en su pecho pero es como pegar la frente en un frío cristal. Me rodea con sus brazos sin sentimiento ni fuerza. Noto un muro, no físico pero, consistente entre nosotros. Algo roto que las palabras no pueden arreglar. Estamos así un largo rato, sin saber qué decir, con un torpe vaivén de un baile lento y pleno de agonía y ternura. Me suelta, se sienta en el borde de la cama y suspira. Repito sus movimientos y, tumbados, volvemos a guardar silencio. Su respiración es lo único que se oye.
  Tengo el cuerpo tullido, fríamente inerte, sin el calor que acostumbra a arroparme al despertar. Nos dormimos y el día ha vuelto a nosotros. Trago saliva, humedeciendo mis labios, haciendo el ademán de buscar conversación pero no tengo nada anunciar. Se incorpora, cambiándose de ropa. Le imito, con vergüenza porque me observa interrogante.
  Le atrapo la mano al salir por la puerta. Mi mirada gritada un “Déjame acompañarte” que le duele. Me cede el paso para cerrar el piso antes de marchar. En nuestro letargo, me percato de que hemos salido lentos pero sin darnos cuenta de que nuestros estómagos están vacíos. Lo sé porque me punza debido al hambre y los nervios.
  Caminamos uno al lado del otro sintiendo el peso de nuestros pasos y la vanidad de las palabras. Miramos a todos los lados para no vernos, para ignorar lo demacrado que está nuestro amor. Nuestros dedos se rozan débilmente según nuestro movimiento y recogemos el brazo, lo justo para evitar la carga que supone evitarnos mutuamente y entrar en contacto a la vez.
  No dejo de pensar en la disputa de anoche, en cómo perdí el control y reproché todo aquello que callo. Me muerdo el labio al sentirme de alguna manera a gusto. Pagué con él lo que tengo acumulado por todos, y aunque fuera él un gran culpable, el rencor hizo más de lo que debía.

“Nunca me querrás como a ella, ¿verdad? Ella fue tu catástrofe de amor y nunca la olvidarás. Día tras día tengo que resignarme a sonreír por y para ti, para darte lo mejor de mí y esperar a que te fijes en mí, en que yo también tengo sentimientos y quizás algún día me devuelvas el cariño y respeto que intento de brindarte. No trates de engañarme a mí ni mentirte a ti. Quieres borrar todo lo que te recuerda a ella porque aún no has asumido que se ha ido. Dime cuánto. Cuánto más tendré que aguantar a que no me devuelvas los besos por compasión, a que me quieras y me mires a mí, a lo que soy, y no al antónimo de ella que encuentras en mí.
  Asumí con orgullo y amor que sería difícil, pero si no me las muestras, ¿Cómo pretendes que te bese y cure las heridas?”

  Después vino un suspiro mío y su silencio, que aún continua. Él se derrumbó y yo me arrepentí a medias. Pero realmente yo pensaba (Y pienso) aquello y me consuelo en un mental discurso de fortaleza, que en el fondo sólo alegra a los bobos y los ilusos.

  Le observo de refilón. Y él, ¿él que piensa? ¿Por qué lo calla? ¿Acaso ha asumido sin luchar el inútil nihilismo de las palabras?  

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