-Cariño, yo...,
yo..., Lo siento, no pretendía, de veras- Balbuceo, notando mis ojos
llenarse de lágrimas. Me apoyo en su pecho pero es como pegar la
frente en un frío cristal. Me rodea con sus brazos sin sentimiento
ni fuerza. Noto un muro, no físico pero, consistente entre nosotros.
Algo roto que las palabras no pueden arreglar. Estamos así un largo
rato, sin saber qué decir, con un torpe vaivén de un baile lento y
pleno de agonía y ternura. Me suelta, se sienta en el borde de la
cama y suspira. Repito sus movimientos y, tumbados, volvemos a
guardar silencio. Su respiración es lo único que se oye.
Tengo el cuerpo
tullido, fríamente inerte, sin el calor que acostumbra a arroparme
al despertar. Nos dormimos y el día ha vuelto a nosotros. Trago
saliva, humedeciendo mis labios, haciendo el ademán de buscar
conversación pero no tengo nada anunciar. Se incorpora, cambiándose
de ropa. Le imito, con vergüenza porque me observa interrogante.
Le atrapo la mano
al salir por la puerta. Mi mirada gritada un “Déjame acompañarte”
que le duele. Me cede el paso para cerrar el piso antes de marchar.
En nuestro letargo, me percato de que hemos salido lentos pero sin
darnos cuenta de que nuestros estómagos están vacíos. Lo sé
porque me punza debido al hambre y los nervios.
Caminamos uno al
lado del otro sintiendo el peso de nuestros pasos y la vanidad de las
palabras. Miramos a todos los lados para no vernos, para ignorar lo
demacrado que está nuestro amor. Nuestros dedos se rozan débilmente
según nuestro movimiento y recogemos el brazo, lo justo para evitar
la carga que supone evitarnos mutuamente y entrar en contacto a la
vez.
No dejo de pensar
en la disputa de anoche, en cómo perdí el control y reproché todo
aquello que callo. Me muerdo el labio al sentirme de alguna manera a
gusto. Pagué con él lo que tengo acumulado por todos, y aunque
fuera él un gran culpable, el rencor hizo más de lo que debía.
“Nunca me
querrás como a ella, ¿verdad? Ella fue tu catástrofe de amor y
nunca la olvidarás. Día tras día tengo que resignarme a sonreír
por y para ti, para darte lo mejor de mí y esperar a que te fijes en
mí, en que yo también tengo sentimientos y quizás algún día me
devuelvas el cariño y respeto que intento de brindarte. No trates de
engañarme a mí ni mentirte a ti. Quieres borrar todo lo que te
recuerda a ella porque aún no has asumido que se ha ido. Dime
cuánto. Cuánto más tendré que aguantar a que no me devuelvas los
besos por compasión, a que me quieras y me mires a mí, a lo que
soy, y no al antónimo de ella que encuentras en mí.
Asumí con orgullo
y amor que sería difícil, pero si no me las muestras, ¿Cómo
pretendes que te bese y cure las heridas?”
Después vino un
suspiro mío y su silencio, que aún continua. Él se derrumbó y yo
me arrepentí a medias. Pero realmente yo pensaba (Y pienso) aquello
y me consuelo en un mental discurso de fortaleza, que en el fondo
sólo alegra a los bobos y los ilusos.
Le observo de
refilón. Y él, ¿él que piensa? ¿Por qué lo calla? ¿Acaso ha
asumido sin luchar el inútil nihilismo de las palabras?
No hay comentarios:
Publicar un comentario