Cuando el peso del cansancio se posó sobre sus párpados, no dudó en cerrarlos ni un instante. El ronroneo del vehículo le provocaba gran somnolencia como una nana incomprensible. Ya había perdido las consciencia cuando se detuvo . Ni siquiera se percató, cuando la alzó y su cabeza pequeña se balanceaba sobre el cariñoso hombro de su padre. Pero para desgracia, la criatura se despertó al posarla sobre la cama y balbuceó un:
- Cuéntame un cuento.
Suspiró él pensando que qué tendría que dormir en lo que ya descansaba interiormente.
-¿Dónde están los cuentos? -Musitó para no despertarle la mente.
- Invéntatelo, como antes. - Se revolvió cariñosamente.
"Como antes". Esas débiles palabras evocaron memorias en el paciente padre. Tantos recuerdos que temía que le saliera la voz y rescatando valor y pensamientos comenzó:
-Esta historia es cortita y muy simple: En un lugar no tan lejano como creemos, existía una mujer de una increíble belleza tan enigmática como el origen de la cicatriz que tenía dibujada en la comisura de sus labios o la exclusividad de sus ojos violetas tan tranquilizadores y profundos. Dicen que cientos de pintores quisieron retratarla y nadie supo jamás captar la esencia de su rostro, que los poetas sufrían insomnio por no saber describirla en su totalidad, y cientos de viajeros se paraban a contemplarla y cuando les preguntaban en su retorno, cuál era la estampa más bonita con la que se había topado, todos ellos exclamaban a viva voz con una sonrisa: "¡Ella, ella!".
Cualquiera diría que era la envidia de todas las otras mujeres, que tendrían que reñir a sus hombres cuando se quedasen embobados al verla pasar, pero ni mucho menos. Ellas mismas acudían a su paso a coquetear y a halagarla. Hasta la persona más irritable o mohína se sentía reconfortada por su presencia y bondad. Era tal el poder de esta mujer, que tras guerras y hambrunas, cuando su rey murió, el pueblo la nombró y ella hizo justicia. Con toda su modestia, dio fama al país y trajo riquezas. Y ella jamás mostró vanidad en ninguno de sus actos. Seguía siendo aquella chica que paseaba por cada una de las calles de la ciudad, que se perdía en la frondosidad del bosque y tejía para sí misma y como presente cuando podía.
Un día, un caballero vino desde una tierra tan alejada y antigua que sus rocas eran arena, granito tras granito. Se postró antes de que la reina pudiera siquiera mirarle a los ojos. Su blanca mano se posó sobre la hombrera de aquel hombre y le hizo un gesto para alzarle, mientras le susurraba como hubiese hecho con cualquier otra persona con la misma actitud:
-No soy más que vosotros y nadie me debe servidumbre como a la par yo no os utilizaré a vos.
Él se quedó amaravillado de la sonrisa que brotaba en ese rostro.
-El viento trae noticias hasta el Oriente de que en estas tierras habita un ser que enmudece al bárbaro, que apacigua las bestias; una dama por la cual los pájaros trinan cada mañana y los girasoles dirigen sus amarillentos pétalos para admirarla. Si me permite la descortesía, quisiera conocer el secreto de semejante hermosura.
A pesar de estar acostumbrada a las palabras bonitas, se ruborizó por la cantidad de molestias que se había tomado aquel joven por verle y atribuirle aquellos milagros. Con una dulzura equiparable que conmovió al muchacho, ella le respondió:
- Las gentes acostumbran a dejarse arrastrar por los males de este cruel mundo y entiendo su dolor a la perfección. Pero jamás permití que las lágrimas destrozasen mis mejillas con su amargura. Por el contrario, quise curar las cicatrices a quienes pude ayudar -Se acarició la piel marcada de sus labios con una confidente alegría- Aprendí a sanar y dejar otras marcas, a conocer la eternidad de la juventud en la mente. Solemos llamarlas recuerdos.
Fueron tales el impacto de sus palabras, que quedaron grabadas en la piedra. Sabe Dios ahora dónde descansan, pero quien sabe, quizás salgas a pasear y te topes con ellas.
-¿Y ahora ya no está? -Preguntó la pequeña con los ojos cerrados y un hilo de voz.
-Claro, a todos nos llega ese momento de irnos y dejar el juego, tarde o temprano. Pero esa reina aún sonreirá y seguirá viva si piensas en ella.
-Entonces mamá todavía nos acompaña...-Susurró en un bostezo antes de abandonarse completamente.
-Sí, sigue reinando entre estas paredes... -Musitó en el umbral de la puerta, desapareciendo en el oscuro pasillo plagado de fotografías del gran imperio que fue...
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