Caminaba
sin rumbo, observando los adoquines que tarde o temprano apresaría
bajos sus pies. Guardaba en su rostro una expresión de letargo. Por
su mente circulaban miles de pensamientos, a cada cual con más
resentimiento y tristeza.
Miró la
señal con el nombre de la calle. Se encogió de hombros; no sabía
dónde estaba. Se limitó a girar a su izquierda, dirección al
bosque que bordeaba toda la ciudad costera. La vegetación, quemada
por el sol y la salinidad del aire, crujía bajo el peso de Nelly.
Aquel bosque lo conocía como la palma de su mano, a diferencia de
los callejones. Eso le gustaba; porque los árboles no cambian de
manera brutal de un día al otro, ni se colocan carteles de neón
distintos cada semana ni corría el bullicio de la gente.
La tierra
se enternecía a cada paso y el rumor de las olas no tardó en llenar
los oídos de Nelly. Sin detenerse, abandonó las chanclas entre la
arena y siguió recto hasta la orilla. Se sentó con las rodillas
próximas al pecho, a una distancia prudente del agua aunque fue
inevitable que alguna ola llegara con más fuerza y le salpicara los
dedos.
Durante
un largo rato, perdió la mirada en el horizonte que despedía el
Sol. Una débil tajada de luz comenzaba a tomar voz en aquella pronta
noche. Cerca de la menguante luna, Venus brillaba con furor. Nelly
tenía la cabeza vacía, una neblina que le impedía recordar su
enfado y en cierto modo la calmaba.
Suspiró
inconscientemente. A su espalda, una voz le dijo:
- Sabía que
estarías aquí
Nelly
giró vagamente la cabeza y la ladeó.
- ¿Qué
hubieras hecho si no me hubieses encontrado aquí?
Chad se
puso a su lado.
-Imposible.
Tienes una fuerte tendencia a lugares con ruido y sin personas.
Estando en el pueblo de veraneo cerca de la playa, fácil decirlo. -
Rió. - “En el ruido no se oyen las palabras”. Siempre dices
eso.
Chad no
apartaba la vista de su amiga, que seguía enfurruñada sobre sus
piernas.
- Bah,
conoces algo de mí. Pero sólo eso.
- Mentira,
sé muchas cosas más. - Trató de colocar la mano sobre el hombro
de Nelly pero esquivó su caricia con la flexibilidad de un gato
molesto. Rehusó volver a intentarlo.
- ¿Por
ejemplo? - Le hablaba sin mirarlo, hipnotizada por el paisaje.
- Mmm, pues
realmente no sé qué decirte. Pero te conozco desde hace años y de
veras que eres una chica que-
-¿No crees
que somos océanos de noche? - Le interrumpió, escudriñándole con
un brillo extraño en los ojos.
-¿Qué? -
Se sorprendió Chad.
-Sí, ya
sabes – Alzó las manos, señalando frente a sí la vasa extensión
de agua – No importa cuánto veamos, sólo avistaremos la
superficie, pero el interior oculta tantas cosas... Y que cojas un
vaso lleno de ésta agua no implica ninguna sabiduría...
Chad vio
en sus palabras un ataque gratuito y decidió permanecer en silencio.
Quería contrarrestar a su amiga pero aquella afirmación le dejó
atónito. Dejó caer con peso su cuerpo sobre la arena. Mantuvieron
aquella esfera más tiempo del que le hubiera gustado. Pasados los
primeros minutos, Chad tuvo la sensación de inmersión causada por
el rumor de las olas. Cuando notó que su mente rozaba el limbo del
sueño, se desperezó estirándose y miró con los ojos entrecerrados
de cansancio a Nelly, que seguía inmóvil como una estatua. Chad
suspiró, levantó la mirada y se vio sorprendido por un desfile de
estrellas. Contuvo el aire y rozó el codo de Nelly. Ella se giró,
aletargada. No comprendía el gesto de Chad, levantando la barbilla y
dándole cortos y rápidos toques en el brazo, hasta que dijo:
-Mira. El
cielo.
Nelly no
se había dado cuenta de las luces que se habían encendido sobre su
cabeza. Sonrió; nunca había visto tantas.
-Eso es lo
que veo cuando te miro, Nelly. Eres una gran persona y todos esos
puntitos brillantes que ves, son algo bueno de ti. Y la oscuridad no
es el contrario, son las cosas que desconozco. Quizás te pediría
que me mostrases todo aquello que no se ve, pero me conformo con
esta maravilla.
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