Recuerdo que era un
día de verano, caluroso como cualquier otro. La observaba, en sus
gestos plagados de perfecta armonía con la torpeza, disputarse entre
sonrisas y frustración. Vi en un delirio, seguramente regado por los
rayos del sol, que aquello que se derretía inevitablemente entre sus
dedos era mi corazón y me alegré de que ella fuera la titiritera
que movía los hilos de mi mundo. Se derramaron gotas sobre sus
prendas, me miró divertida y nuestros ojos se cruzaron, iluminándome
con la eterna primavera que custodiaba. Acerqué, con gesto paternal,
una servilleta a su mejilla y rememoré sus pecas, sembradas por
ambos carrillos, como pequeños campos de trigo resplandecientes bajo
la luz estival. Ella se quedó inmóvil y no pude evitar pensar en
sus labios carnosos, en su tibieza, en la dulzura que guardan aun el
mar los haya humedecido. Vino a mi sentido el olor salino impregnado
en su piel pálida; respiré con calmada ansia el aroma de la flor de
sal, deseando que el tiempo se hubiera atrapado ahí: en la huella
sobre la arena, en la caricia en la cintura, en el suspiro de un
beso, en el afán de haber detenido el reloj y permanecer allí, por
siempre, tratando perpetuamente de ordenar el caos que felizmente me
causa.
La
felicidad
es el
anhelo por la repetición.
- Milan Kundera
Vaya, si esa persona existe debe de ser muy afortunada por tenerte ^^
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