David se apoyó en
el hombro de Daunis, en un torpe bamboleo, con un baile siniestro y
falto de coordinación que se iba a recomponiendo poco a poco. Sin
embargo, el hecho de que Daunis fuese mucho más alto que el cuerpo
que recibió David dificultaba el paso. Estaba desquiciado por no ver
el camino que tomaban. Su brazo derecho intentaba cruzarse con el
cuaderno sobre el pecho de Daunis, quien, molesto, le dijo:
-Hijo, estate
quieto o tardaremos más.
David, apenado,
asintió pero lo que estaba escribiendo era relevante. Se deshizo del
abrazo y le presentó la hoja.
-¿Por qué no veo
nada alrededor que no sea oscuridad?
Daunis se detuvo y
mirándole seriamente, le pidió que cerrase los párpados. Hundió
los dedos en estos, para sorpresa de David, y le rogó que prestase
atención a los destellos de color en la tela negra de sus ojos. Un
escozor le hirió el lacrimal y al volveros a abrir, una luz clara de
velas y candelabros inundó su vista. Si las baldosas del abismo
inicial alternaban entre blanco y negro, el palacio sustituía
algunas sucesiones el negro por granate. David dio un par de vueltas
lentas, girando sobre sí mismo, maravillado. Daunis le cogió del
hombro y le ordenó continuar. Se abrieron paso al exterior a través
de un portón. Los guardias que vigilaban la entrada le llamaron por
un nombre desconocido para él, pero su escolta alzó una mano y negó
con la cabeza, cosa que les decepcionó. David se estaba haciendo
muchas preguntas y aunque fuese capaz de pensarlos era imposible que
las articulase. Así que, a intervalos, se detenía a escribir,
molestando a Daunis y empeorando el silencio.
Empezó a redactar
un diario que básicamente eran preguntas y observaciones. El reino
de Zhauk era muy similar a la Tierra, en los pocos pueblos
autosuficientes y campestres. Todo el mundo tenía alguna ocupación,
al menos parecía a primera vista. Observó la tenebrosidad que
rodeaba los callejones y las figuras recortadas, siniestras y de
respiración difícil.
-Que no te pillen
escribiendo y mirándoles fijamente.
Algunas manos
intentaban agarrar la ropa, sin atreverse a hacerlo por la presencia
de Daunis. Él, a diferencia del resto, incluyéndome, era un hombre
alto y muy robusto, una corpulencia destacable. Su apariencia
transmitía seguridad y respeto inmediato por las calles.
Dejaron atrás el
“pueblo rebelde”, como coloquialmente lo llamaban, y una calzada
de piedra llana e impoluta indicaba el inicio de una ciudad más
organizada. Apenas transcurrieron unos minutos cuando llegaron al
cuartel. Daunis entró, abandonando a David, quien recibía saludos y
sonrisas. Al salir, le colocó un brazalete de tela blanca con una
espiral morada dibujada. Y la siglas: HR.
-Ya no te volverán
a confundir.
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