25/4/15

Brecha entre los Dos Mundos (5)

David se apoyó en el hombro de Daunis, en un torpe bamboleo, con un baile siniestro y falto de coordinación que se iba a recomponiendo poco a poco. Sin embargo, el hecho de que Daunis fuese mucho más alto que el cuerpo que recibió David dificultaba el paso. Estaba desquiciado por no ver el camino que tomaban. Su brazo derecho intentaba cruzarse con el cuaderno sobre el pecho de Daunis, quien, molesto, le dijo:
-Hijo, estate quieto o tardaremos más.
David, apenado, asintió pero lo que estaba escribiendo era relevante. Se deshizo del abrazo y le presentó la hoja.
-¿Por qué no veo nada alrededor que no sea oscuridad?
Daunis se detuvo y mirándole seriamente, le pidió que cerrase los párpados. Hundió los dedos en estos, para sorpresa de David, y le rogó que prestase atención a los destellos de color en la tela negra de sus ojos. Un escozor le hirió el lacrimal y al volveros a abrir, una luz clara de velas y candelabros inundó su vista. Si las baldosas del abismo inicial alternaban entre blanco y negro, el palacio sustituía algunas sucesiones el negro por granate. David dio un par de vueltas lentas, girando sobre sí mismo, maravillado. Daunis le cogió del hombro y le ordenó continuar. Se abrieron paso al exterior a través de un portón. Los guardias que vigilaban la entrada le llamaron por un nombre desconocido para él, pero su escolta alzó una mano y negó con la cabeza, cosa que les decepcionó. David se estaba haciendo muchas preguntas y aunque fuese capaz de pensarlos era imposible que las articulase. Así que, a intervalos, se detenía a escribir, molestando a Daunis y empeorando el silencio.
Empezó a redactar un diario que básicamente eran preguntas y observaciones. El reino de Zhauk era muy similar a la Tierra, en los pocos pueblos autosuficientes y campestres. Todo el mundo tenía alguna ocupación, al menos parecía a primera vista. Observó la tenebrosidad que rodeaba los callejones y las figuras recortadas, siniestras y de respiración difícil.
-Que no te pillen escribiendo y mirándoles fijamente.
Algunas manos intentaban agarrar la ropa, sin atreverse a hacerlo por la presencia de Daunis. Él, a diferencia del resto, incluyéndome, era un hombre alto y muy robusto, una corpulencia destacable. Su apariencia transmitía seguridad y respeto inmediato por las calles.
Dejaron atrás el “pueblo rebelde”, como coloquialmente lo llamaban, y una calzada de piedra llana e impoluta indicaba el inicio de una ciudad más organizada. Apenas transcurrieron unos minutos cuando llegaron al cuartel. Daunis entró, abandonando a David, quien recibía saludos y sonrisas. Al salir, le colocó un brazalete de tela blanca con una espiral morada dibujada. Y la siglas: HR.

-Ya no te volverán a confundir.

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