El aborto vuelve a ser
una de las preocupaciones del Partido Popular cuatro meses después
de la dimisión del que fuera ministro de Justícia Alberto
Ruiz-Gallardón. El hombre que le sucedió en el cargo, Rafael
Catalá, mostró la intención de modificar la ley del aborto para
obligar a las menores a contar con el consentimiento de sus padres
para abortar. Esta noticia
fue la principal de eldiario.es el día 13 de enero. El día
siguiente, ni siquiera se encontraba en la parte inferior de la
portada de la web. En su lugar, había un par de artículos sobre la
demanda de paternidad al rey Juan Carlos I admitida a trámite por el
supremo.
Entretenidos
indagando en la genealogía borbónica, muy pocos han encontrado
tiempo para expresar su frustración por estas declaraciones.
Cada día somos bombardeados con centenares de noticias:
declaraciones de políticos, casos judiciales, guerras dialécticas,
propaganda electoral, ratios económicos, atentados, accidentes,
asesinatos, redes sociales, resultados deportivos y curiosidades.
Cada vez son más los que dicen -a veces con cierta arrogancia- que
ya no les afecta que salgan nuevos casos de corrupción. Total, son
tantos, que ya nos hemos acostumbrado. Nos indignaremos una semana,
twittearemos un poco, y a la siguiente estaremos quejándonos por
otra cosa. Y nos habremos olvidado de qué motivaba nuestro enfado
unos días antes. Lazarsfeld decía que la sobreinformación produce
ciudadanos pasivos, que se felicitan por su basto conocimiento sin
advertir que se han abstenido de decidir y actuar en consecuencia.
Que las páginas del diario sepultan nuestra consciencia de lucha, y
entierran nuestra dignidad colectiva.
A mí me la trae floja el
hijo bastardo del rey. A saber cuántos tendrá por ahí esparcidos.
Que el aborto vuelva a ser noticia, eso sí que me fastidia. Porque
creo que un tema tan sumamente delicado nunca debería tratarse como
un objeto político. Tratar de engañar a la población disfrazando
de político lo que es moral es uno de los actos más ruines que
puede cometer un gobierno. La modificación que el ministro propone
vía ley orgánica puede parecer, a juicio de los ciudadanos, de poca
importancia, y más si lo comparamos con las intenciones que se
perseguían con el anteproyecto de ley de Gallardón, que finalmente
fue retirado al igual que ha ocurrido recientemente en Estados Unidos
con la propuesta republicana.
Pero a mí, cualquier cosa que ponga el aborto sobre el centro de la
mesa me parece un atentado a la dignidad humana. Porque siembra en la
calle un debate que no debería existir, cuyo único fin es
utilizarlo con miras políticas. Yo soy hijo de maestros, y he
escuchado eso de que si hace falta firmar un papelito para que la
niña se vaya de excursión, también debe hacer falta firmar un
papelito para que aborte. No me molestaré en contestar semejante
sofisma. Porque sería caer en la
trampa, entrar en el juego. El tentador juego de imponer nuestra
lógica sobre la de los demás, de utilizar un drama personal para
experimentar esa adrenalina que se siente en el campo de discusión,
ese aumento del ego instantáneo que se produce cuando nos creemos
guardianes del bien y la verdad. Ejercitamos el arte de etiquetar a
las personas, de homogeneizar los discursos (sólo hay dos: el
discurso pro-vida y el discurso abortista), de juntar prejuicios,
estereotipos, argumentos manidos y repetidos hasta la saciedad. Nos
ocupamos en analizar la realidad pero cada vez somos menos capaces de
empatizar con ella, creemos poder comprenderla a través de los datos
y no a través de las experiencias. Y, para alguien que sufre un
embarazo no deseado, esa guerra dialéctica no hace sino acrecentar
su angustia y su confusión. Se encuentra desamparada ante un entorno que la culpa y la señala, que la trata de inconsciente, en vez de ofrecer apoyo, soluciones. Deja de ser vista como mujer, es cosificada, clasificada, degradada.Y mientras tanto, ella se ve arrinconada y atrapada, desprovista de sendas, obligada a decidir entre abortar: asesinar; o no abortar: morir.
Opinar
está de moda, juzgar es trending topic, creemos tener el don de la
certeza y ansiamos hacer uso de él. Pero el aborto no es un dato
macroeconómico o un penalti mal pitado. Es la decisión, exclusiva y
personal, que debe tomar una mujer obligada a asumir con entereza
nuevas disyuntivas que van a conducir el devenir de su vida. Y es,
cualquiera que sea la opción que escoja, una decisión valiente. Que
sólo se puede entender si, como dice el genial cantautor chileno,
has sentido en el vientre esos latidos que te obligan a esbozar una
sonrisa inconsciente, esa sonrisa irónica que plasma la paradoja
eterna.
Uno se alegra cuando se encuentra leyendo sobre un tema tan controvertido como es el aborto, que toca tanto la sensibilidad de unos, la moral de otros, como los intereses de los de "más allá".
ResponderEliminarY se alegra, digo, porque ser capaz de expresar la complejidad y la riqueza de matices es un don que no siempre se encuentra en los artículos de opinión