A lo largo de la breve
historia de la psicología, han ocurridos acontecimientos que podrían tacharse
de atroces en el estudio del ser humano, así como resultados que despojan de
toda fe que se pueda tener en este. Comentaré brevemente algunos de ellos en
los cuales puede observarse cómo el hombre es capaz de desencadenarse de sus
valores y eliminar toda moral de su conciencia en “situaciones límite” dentro
del campo de la psicología, concretamente, la psicología social.
El
experimento de Milgram.
Dicho experimento fue
llevado a cabo por el Doctor Stanley Milgram, en el se plantea la siguiente
cuestión: ¿Hasta qué punto un sujeto A es capaz de infringir dolor a un sujeto
B ante el mandato de una autoridad C? O dicho de otra manera, ¿cómo actúan las
personas en presencia de una autoridad que les obliga a realizar un acto cruel?
En el experimento se
pedía a un grupo de personas de mediana edad que propiciaran una descarga eléctrica
a otra persona cada vez que esta fallara en una tarea de memoria, que consistía
en recordar una serie de palabras. Cada
vez que la persona cometía un error se aumentaba el voltaje de la descarga
hasta finalizar en 450 W (descarga capaz de producir la muerte en el individuo).
Durante la prueba nadie salió herido, ya que los que supuestamente sufrían la
descarga estaban en una sala continúa y eran actores que tan sólo tenía que
fingir (mediante gritos) el dolor propiciado por la descarga. En los ensayos
había un actor más que hacía de supervisor, el cual rogaba al participante de
la prueba que continuara con ella a pesar de los gritos generados por los nombrados
actores.
Asombrosamente, el 90%
de los participantes continuaron fríamente hasta los 450 W. Esto demuestra que
en presencia de un “líder”, una autoridad, somos capaces de realizar cualquier
cosa, aunque seamos conscientes de que el acto que estamos llevando a cabo es
vil e inhumano, es decir, la mayor parte de nosotros somos capaces de
someternos, obedecer a cualquier
petición que nos ha sido propuesta por alguien que consideramos autoritario en
un asunto (científicos, médicos, policías…).
El
experimento de la cárcel de Stanford.
Esta investigación tuvo
lugar durante el verano de 1971, en ella el investigador Philip G. Zimbardo
puso a prueba a un grupo de estudiantes universitarios para visualizar qué
ocurre cuando se agrupa a ciertas personas “buenas” en una situación “mala”. Lo
que en realidad se pretendía realizar en el experimento es la simulación de la
vida en una cárcel, así podrían estudiar como las personas son capaces de
asumir roles y explorar la lucha interna de cada individuo por lograr abatir al
mal de la situación (el conocido “Efecto Lucifer” por los estudios llevados a
cabo por el Doctor G. Zimbardo).
El experimento se
planteaba como el encarcelamiento durante dos semanas de la mitad de los
participantes, los cuales asumían en rol de prisioneros; y la vigilancia de la
otra mitad de los voluntarios a los supuestos “prisioneros”, ya que estos
asumían en rol de guardias. No obstante, rápidamente comenzaron a ocurrir
sucesos terribles: los guardias obligaban a realizar tareas horribles a los
prisioneros, torturaban física y psicológicamente a estos, etc. Lo que es aún
más atroz, es que todo ocurrió bajo la supervisión del experimentador Zimbardo,
el cual se negaba a detener el experimento, a pesar de las peticiones de sus
colaboradores.
Finalmente, el
experimento de se detuvo al sexto día gracias a la denuncia de una joven
conocedora del acontecimiento (sorprendentemente, esta mujer años más tarde se
convirtió en la esposa del experimentador). Los participantes presentaron
graves trastornos, algunos de ellos perduran en ellos en la actualidad. Hoy en
día no conocen el motivo por el cual no se ha reconocido la crueldad del experimento, o mejor dicho, del experimentador.
El Doctor Zimbardo, podría decirse que, salió completamente ileso del asunto y,
actualmente, aunque reconoce que la conducta que mostró durante el experimento
fue inapropiada (entre otras cosas), goza del éxito que le propicio dicho
experimento.
Estos experimentos nos
hacen cuestionarnos hasta que punto podemos llevar a cabo la célebre frase de Maquiavelo
“El fin justifica los medios”. Acaso, ¿podemos anteponer a la ciencia por encima
de la ley moral que con tanto esfuerzo hemos constituido?
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