Los años 40 fueron
buenos años para la música popular cubana. Si París era una
fiesta, que decía Hemingway, La Habana era una verbena continua. Sus
calles destilaban pasión y regocijo, sonrisas de alegría que
bailaban melodías de rumba y jazz. Un habano, licor de café y boleros
con acento cubano guiaban el ajetreado ritmo de vida de la capital isleña. Aún con la llegada de los años 50 y sumidos en
medio de la feroz dictadura de Fulgencio Batista, las sonrisas
persistían, y la gente de Cuba encontraba su refugio en el son de
las trompetas. Si hay un lugar que se convierte en emblema de esta
época, igual que el Moulin Rouge es símbolo parisino y de la
revolución artística de principios de siglo, es el Buena Vista Social Club.
Ubicado en el número 31 del barrio de Buena Vista, este club era el
lugar de reunión de la escena musical caribeña, maestros del piano,
el chelo o la trompeta que amenizaban la algarabía nocturna. Un
lugar donde se aspiraba la esencia cubana. Un lugar donde se hacía
la revolución, no la de Fidel, la revolución del mambo, de la rumba
y del cha-cha-cha.
La de Fidel llegó, como
es bien sabido, en el año 59. Y aunque la entrada triunfal del líder
del Ejército Guerrillero en La Habana prometía años de gloria y
paz, algo se desprendió de entre las ruedas de aquellos coches
militares que desenchufó la música y aplacó el espíritu. La
conversión hacia el comunismo no dejaba margen para el ejercicio de
las actividades privadas, y muchos bares, clubs sociales y
culturales, entre ellos el Buena Vista Social Club, fueron cerrados.
La ofensiva revolucionaria de 1968
acabó definitivamente con la vida nocturna de la capital cubana. Y,
de repente, La Habana era otra. Dijo adiós al entusiasmo, a la
bohemia, se llenó de uniformes militares y el miedo y la hipocresía
se apoderó de las personas. Miedo al enemigo, hipocresía que emana
de la sustitución de los valores humanos por valores políticos e
ideológicos. Una ideología perfectamente diseñada y mejor
retransmitida, pero que detrás sólo esconde lo mismo de siempre:
oportunismo, intereses particulares y manipulación.
En 1996, el productor y
guitarrista estadounidense Ry Cooder viajó a la capital isleña para
conocer a un grupo de músicos cubanos que atesoraron un gran
prestigio en la ciudad durante la época del Buena Vista Social Club,
pero que hoy habían quedado en el olvido. Vivían una vida humilde,
tranquila, con su gente, jugaban al dominó y, pese a que algunos
superaban los 80 años, seguían tomándose su copita de ron todas
las noches. Cooder reunió al vocalista Ibrahim Ferrer, el
guitarrista Compay Segundo, el pianista Rubén González, así como a
muchas otras leyendas de la música cubana como Pyo Leyva u Orlando
“Cachaíto” López. Juntos, grabaron el CD “Buena Vista Social
Club”, publicado en septiembre de 1997 por la compañía World
Circuit Records. El álbum, que recoge tanto canciones populares como
otras compuestas para la ocasión, obtuvo un éxito rotundo a nivel
internacional, fue aclamado por la crítica y ganó un premio Grammy
a la Mejor interpretación latina tropical tradicional. De hecho, el
colectivo ha seguido ofreciendo giras y lanzando discos (pese al
retiro o fallecimiento de muchos de sus miembros iniciales) hasta que
el pasado año anunciaron su disolución para 2015. El 5 de febrero ofrecieron su último concierto en el Auditorio Nacional de Ciudad de México. En este documental,
dirigido por Wilm Wenders, se relata la experiencia vivida durante la
grabación del primer álbum, una espléndida experiencia que nos
hace comprender por qué, como dice David Trueba, vivir es mejor con
los ojos cerrados.
“Tengo que llevar a
este sitio a mis hijos y a mi esposa. Tengo que decirles que esto
también es precioso”. Estas palabras nacían de las poderosas
cuerdas vocales de Ibrahim Ferrer mientras paseaba, fascinado, por la
ciudad de Nueva York, días antes de la actuación que el grupo
colectivo ofreció en la ciudad norteamericana en la gira mundial que
realizaron tras la publicación del CD. ¿Es capaz la música de
arrancar los prejuicios, adormecer el odio, atenuar los egos? ¿Está,
tras la sombra de estos artistas, el orgullo y la dignidad de un
pueblo? Sea cual sea la respuesta, últimamente nos han llegado
noticias esperanzadoras,
que hablan de una toma de contacto entre Cuba y Estados Unidos y que
podría suponer el inicio del fin del embargo comercial y de todos
los mecanismos impuestos para su instrumentación. Sin embargo, el bloqueo no ha terminado. Los medios europeos se han limitado a reproducir el comunicado estadounidense pero han informado más bien poco de este asunto. De momento, sólo se han modificado ciertos aspectos, que van a permitir
expandir los viajes a Cuba, la posibilidad del envío de remesas y van a facilitar algunas operaciones comerciales en esferas específicas como las telecomunicaciones. El comercio de Cuba con subsidiarias norteamericanas sigue prohibido por ley, y sólo el Congreso podría cambiar esto, no el Presidente. Pese a todo, las medidas anunciadas son positivas, y suponen un principio. Ojalá que los
intentos de Obama por reestablecer las relaciones progresen hacia alguna dirección y no acaben en balde.
El vocalista Ibrahim Ferrer con la banda Buena Vista Social Club actuando en Nueva York
Una auténtica lección
de vida y humanidad. Tuvieron que venir Ry Cooder y Wilm Wenders para
enseñar a los estadounidenses lo que es Cuba: pasión, ritmo,
sentimiento. No, ni Kennedy, ni Reaggan, ni Clinton ni Bush dijeron
una remota verdad sobre la isla. A pesar de los más de 50 años de
bloqueo, en los que se ha intentado debilitar por todos los medios la
nación, en los que se pretendía matar al régimen de hambre, Cuba
sigue sonriendo. Pese a las dificultades, pese a los intereses de
unos y de otros, Cuba ha demostrado que el dinero -y el poder- no es
sinónimo de felicidad. Por eso, y por mucho que el éxito y la
riqueza les vino de sopetón a estos artistas ancianos, ninguno de
ellos optó por abandonar su ciudad amada. Ellos, la gente de a pie,
la gente que baila, que canta, la gente que trabaja todos los días
de sol a sol para poner en el plato un poco de picadillo, de ajiaco o
de yuca con mojo, ellos que aun así siguen manteniendo el espíritu:
ellos son la libertad. Ellos, que mantienen la magia en las calles de
la Habana, que no dejan que nadie desarraigue su alma.
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