7/2/15

Buena Vista Social Club


Los años 40 fueron buenos años para la música popular cubana. Si París era una fiesta, que decía Hemingway, La Habana era una verbena continua. Sus calles destilaban pasión y regocijo, sonrisas de alegría que bailaban melodías de rumba y jazz. Un habano, licor de café y boleros con acento cubano guiaban el ajetreado ritmo de vida de la capital isleña. Aún con la llegada de los años 50 y sumidos en medio de la feroz dictadura de Fulgencio Batista, las sonrisas persistían, y la gente de Cuba encontraba su refugio en el son de las trompetas. Si hay un lugar que se convierte en emblema de esta época, igual que el Moulin Rouge es símbolo parisino y de la revolución artística de principios de siglo, es el Buena Vista Social Club. Ubicado en el número 31 del barrio de Buena Vista, este club era el lugar de reunión de la escena musical caribeña, maestros del piano, el chelo o la trompeta que amenizaban la algarabía nocturna. Un lugar donde se aspiraba la esencia cubana. Un lugar donde se hacía la revolución, no la de Fidel, la revolución del mambo, de la rumba y del cha-cha-cha.



La de Fidel llegó, como es bien sabido, en el año 59. Y aunque la entrada triunfal del líder del Ejército Guerrillero en La Habana prometía años de gloria y paz, algo se desprendió de entre las ruedas de aquellos coches militares que desenchufó la música y aplacó el espíritu. La conversión hacia el comunismo no dejaba margen para el ejercicio de las actividades privadas, y muchos bares, clubs sociales y culturales, entre ellos el Buena Vista Social Club, fueron cerrados. La ofensiva revolucionaria de 1968 acabó definitivamente con la vida nocturna de la capital cubana. Y, de repente, La Habana era otra. Dijo adiós al entusiasmo, a la bohemia, se llenó de uniformes militares y el miedo y la hipocresía se apoderó de las personas. Miedo al enemigo, hipocresía que emana de la sustitución de los valores humanos por valores políticos e ideológicos. Una ideología perfectamente diseñada y mejor retransmitida, pero que detrás sólo esconde lo mismo de siempre: oportunismo, intereses particulares y manipulación.






En 1996, el productor y guitarrista estadounidense Ry Cooder viajó a la capital isleña para conocer a un grupo de músicos cubanos que atesoraron un gran prestigio en la ciudad durante la época del Buena Vista Social Club, pero que hoy habían quedado en el olvido. Vivían una vida humilde, tranquila, con su gente, jugaban al dominó y, pese a que algunos superaban los 80 años, seguían tomándose su copita de ron todas las noches. Cooder reunió al vocalista Ibrahim Ferrer, el guitarrista Compay Segundo, el pianista Rubén González, así como a muchas otras leyendas de la música cubana como Pyo Leyva u Orlando “Cachaíto” López. Juntos, grabaron el CD “Buena Vista Social Club”, publicado en septiembre de 1997 por la compañía World Circuit Records. El álbum, que recoge tanto canciones populares como otras compuestas para la ocasión, obtuvo un éxito rotundo a nivel internacional, fue aclamado por la crítica y ganó un premio Grammy a la Mejor interpretación latina tropical tradicional. De hecho, el colectivo ha seguido ofreciendo giras y lanzando discos (pese al retiro o fallecimiento de muchos de sus miembros iniciales) hasta que el pasado año anunciaron su disolución para 2015. El 5 de febrero ofrecieron su último concierto en el Auditorio Nacional de Ciudad de México. En este documental, dirigido por Wilm Wenders, se relata la experiencia vivida durante la grabación del primer álbum, una espléndida experiencia que nos hace comprender por qué, como dice David Trueba, vivir es mejor con los ojos cerrados.


 




“Tengo que llevar a este sitio a mis hijos y a mi esposa. Tengo que decirles que esto también es precioso”. Estas palabras nacían de las poderosas cuerdas vocales de Ibrahim Ferrer mientras paseaba, fascinado, por la ciudad de Nueva York, días antes de la actuación que el grupo colectivo ofreció en la ciudad norteamericana en la gira mundial que realizaron tras la publicación del CD. ¿Es capaz la música de arrancar los prejuicios, adormecer el odio, atenuar los egos? ¿Está, tras la sombra de estos artistas, el orgullo y la dignidad de un pueblo? Sea cual sea la respuesta, últimamente nos han llegado noticias esperanzadoras, que hablan de una toma de contacto entre Cuba y Estados Unidos y que podría suponer el inicio del fin del embargo comercial y de todos los mecanismos impuestos para su instrumentación. Sin embargo, el bloqueo no ha terminado. Los medios europeos se han limitado a reproducir el comunicado estadounidense pero han informado más bien poco de este asunto. De momento, sólo se han modificado ciertos aspectos, que van a permitir expandir los viajes a Cuba, la posibilidad del envío de remesas y van a facilitar algunas operaciones comerciales en esferas específicas como las telecomunicaciones. El comercio de Cuba con subsidiarias norteamericanas sigue prohibido por ley, y sólo el Congreso podría cambiar esto, no el Presidente. Pese a todo, las medidas anunciadas son positivas, y suponen un principio. Ojalá que los intentos de Obama por reestablecer las relaciones progresen hacia alguna dirección y no acaben en balde.




El vocalista Ibrahim Ferrer con la banda Buena Vista Social Club actuando en Nueva York


Una auténtica lección de vida y humanidad. Tuvieron que venir Ry Cooder y Wilm Wenders para enseñar a los estadounidenses lo que es Cuba: pasión, ritmo, sentimiento. No, ni Kennedy, ni Reaggan, ni Clinton ni Bush dijeron una remota verdad sobre la isla. A pesar de los más de 50 años de bloqueo, en los que se ha intentado debilitar por todos los medios la nación, en los que se pretendía matar al régimen de hambre, Cuba sigue sonriendo. Pese a las dificultades, pese a los intereses de unos y de otros, Cuba ha demostrado que el dinero -y el poder- no es sinónimo de felicidad. Por eso, y por mucho que el éxito y la riqueza les vino de sopetón a estos artistas ancianos, ninguno de ellos optó por abandonar su ciudad amada. Ellos, la gente de a pie, la gente que baila, que canta, la gente que trabaja todos los días de sol a sol para poner en el plato un poco de picadillo, de ajiaco o de yuca con mojo, ellos que aun así siguen manteniendo el espíritu: ellos son la libertad. Ellos, que mantienen la magia en las calles de la Habana, que no dejan que nadie desarraigue su alma.








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