“Los han echado de casa”. Esta es
la frase que más se repite últimamente. Pocos saben por qué echan a esa gente de sus casas. “Porque no pagan”, dicen unos; “porque los del banco son unos ladrones” dicen otros. El dinero. Siempre es el dinero y, con
él, lo justificamos todo.
Sin embargo, hay algo más aparte
del dinero. Algo en lo que los bancos, políticos y gobiernos no se fijan, no le
prestan atención: los sentimientos. Cuando una persona vive en un lugar varios
años almacena allí recuerdos, momentos que cuando un tercero decide que, por
una u otra cosa, esas personas ya no pueden vivir allí, se destruyen; todo se
les viene encima.
Nos pasamos toda la vida trabajando
y ahorrando para que cuando podamos jubilarnos, si es que finalmente podemos, seamos
capaces de disfrutar del tiempo que nos queda, cada vez menos. Y, por el
contrario, tenemos que seguir preocupándonos por la familia, por si alguien
decide quitarles la casa y dejarlos en la calle.
Uno de los derechos fundamentales
de los ciudadanos especificados en el artículo 47 de nuestra Constitución es, precisamente, el
derecho a una vivienda digna. Que se lo digan a los responsables de estas
situaciones que hacen que, cada día, cientos de personas se queden sin un lugar
donde vivir y tengan que volver a casa de algún familiar.
Pero, ¿qué hacemos para intentar
parar esto? Nada. No hacemos nada. Sí, de vez en cuando organizamos
manifestaciones pero, ¿realmente esto tiene alguna repercusión? Evidentemente
no porque a los que efectúan los desahucios ninguno de estos casos les toca de
cerca.
Y ahora yo me pregunto, ¿habrá
alguna manera de concienciar a los políticos de que estas personas tienen derecho a
un techo?
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