20/2/15

El daño que nos mataba


Observar el momento, la situación.

Ver el llanto correr por tu sonrisa.
Tocarte las manos, congeladas;
clamar al viento y a la brisa
que tus palabras nunca fueron nada.

Sentir dolor. Gritar.
Frustración. Gritar.
Temor. Gritar.

Morder hasta que no quede nada.
Golpear con argumentos.
Odiar con palabras.

Observar, acariciar,
mi rostro, mi pelo,
mis profundas manos
sosteniendo tu velo.

Volver la mirada, y pensar.
Callar con palabras: reflexionar.

El error llama a la puerta.
Lo abres, lo dejas pasar.

La carne, viva, plena, entre mis manos.
El gozo.
Tus labios, tu pecho, tu cielo;
tu pelo acariciando el enviste de las sábanas;
tus manos sosteniendo mi espada, mi techo.

Frenar a tiempo.
Mirarte a los ojos.
Reflexionar, pensar.
Saber que tu nombre no recorre mi alma.

Es de noche.
Me acaricia el llanto.
Me duele a mí mismo.
Me busco entre mi memoria,
pero he desaparecido.

No. El no llega rápido:
tus ojos llorando.

Dolor que se escapa de mi alma;
de haber quemado el camino sembrado;
de haber marchitado tu sonrisa.

Incertidumbre ante los otros.
Ojos que miran, que hablan,
que me dicen palabras mal sonantes,
que me escupen al rostro, a la cara.
Que me hunden, me aplastan.

Escapar, huir.
Querer quedarme fuera del momento.
No buscar consuelo, sino tormento.

Observar la vida, la felicidad.

Acercarme a tu refugio.
Abrir los labios;
mirar tu rostro maltratado por mi tacto.
Pedir disculpas, suplicar.
Asumir el error. No volver a pecar.

El daño, el daño,
el daño que nos mataba.
El daño que me creaba.
El daño, el daño,
el daño que no he infringido.
El daño...
Se aleja corriendo como un perro herido.


D. S.

Cáceres (Foto: María Díaz Cruz)

(Este poema es propiedad del autor. Extraído de Diálogos del alma y la vida)

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