28/2/15

Lluis Llach - Itaca


 
 
Año 1979. Cataluña. Lluis Llach saca uno de sus discos más reivindicativos y tremendamente crítico con la transición: Somniem. País Vasco. Nace el grupo de punk-rock La Polla Records, que abandera el movimiento del rock radical vasco en los próximos años. Madrid. Se forma el grupo Alaska y los Pegamoides, que en los 80 lo petaría con su gran dosis de rebeldía. Hay que empezar a romper los mitos que hay detrás de la Movida Madrileña. Que ni fue contestataria, ni underground, ni reflejó los deseos de cambio que surgen durante la transición.




Alaska y los pegamoides


Tras la muerte de Franco emerge una nueva época en nuestro país. La juventud afronta el futuro repleto de anhelos y de ilusiones y embriagada por su ideal de democracia. Esa fue la generación de nuestros padres: una generación que trató de formar un mundo nuevo, un mundo que les fue arrebatado. Cuando llega la transición, en las comunidades de habla catalana ya hace años que ha surgido un movimiento protesta. La Nova Cançó nace en los años 60 con el grupo Els Setze Jutges, que surge de la necesidad de poner sobre la escena pública una corriente cultural que reivindicara la lengua propia a través de la canción. Sobre este escenario se incorporaran poco a poco nuevos artistas que acabaran no sólo por hacer canciones en catalán, sino también por poner en duda los cimientos del sistema, esquivando la censura mediante unas letras plagadas de metáforas en contra de la opresión. De entre estos artistas, Joan Manuel Serrat es quizás el que ha acabado adquiriendo más reconocimiento a nivel nacional, pero si hay alguno que se convierte en el emblema del movimiento, ese es Lluis Llach. Sus conciertos se convierten en un auténtico acontecimiento, reuniones donde se propiciaba un ambiente de debate y solidaridad. Canciones como l'Estaca se convierten en un símbolo de la resistencia y en himnos de toda una generación.




Lluis Llach ofreciendo un concierto ante 103000 personas en el Camp Nou, 1985


En una ocasión tuve el placer de entrevistar a Rafael Chirbes, escritor español autor de Crematorio y dos veces ganador del Premio Nacional de la Crítica. Él es uno de los integrantes de esa generación. Durante la época de la transición, estuvo dos años (77-79) viviendo en Marruecos. Cuando le pregunto qué es lo que se encuentra cuando vuelve, me dice:

“Yo me fui con todos mis amigos con una vela cantando las canción de Raimon y de Lluis Llach, y cuando volví estaban todos con Alaska y Los Pegamoides”.

No puedo evitar evocar un sentimiento de desesperanza tras escuchar tal comparación. Porque no es fácil aceptar que el espíritu, las aspiraciones de esas personas que leían libros de Marx y discutían de política y de filosofía en alguna taberna de barrio obrero, habían desaparecido. Pero sucedió. Y sucedió porque desde el poder se impulsó otro movimiento que fagocitó el anterior. La Movida Madrileña, que sobre la proclama de la liberación moral permitió que un grupo de artistas mediocres en su mayoría tuvieran sus días de gloria y encontraran un hueco de por vida en el mundillo del artisteo y la farándula. Y, pese a que sí, la movida recogió las ansias de libertad que durante tanto tiempo de dictadura habían sido reprimidos, era un movimiento totalmente inofensivo, porque sólo propugnaba cambios morales, su consigna era la exaltación del placer. ¡Todos a fumar! ¡Todos a follar! La canción protesta, en cambio, era la que verdaderamente podría haber dado lugar a cambios políticos, al igual que el rock urbano de Kortatu, Eskorbuto o Barricada. Pero ya sabemos que en este país las periferias siempre han sido ignoradas. Los medios de comunicación narraron y promovieron la Movida atendiendo a los intereses del poder político. Los colaboradores de la dictadura siguieron colocados en el nuevo sistema y los que tenían posibilidad de colocarse consiguieron hacerlo. Interesaba un movimiento que pudiera canalizar el alborozo general sin cuestionar el proyecto continuista que se estaba forjando.



Evaristo Páramos, vocalista y líder de La Polla Records




Una novedad. Un señuelo. Una explosión controlada. Eso es lo que fue la Movida Madrileña. Algunos sí se quedaron en la canción protesta, escuchando las canciones de Llach, Jaume Sisa u Ovidi Montllor. Pero se habían quedado solos y poco a poco se fueron dando cuenta que el espíritu se había apagado, al igual que sus aspiraciones, que en el mundo real las cosas no son tan fáciles de conseguir. Y mientras ellos dejaban de ser jóvenes, empezaban a tener que asumir responsabilidades, tenían hijos, llegaban los años y las preocupaciones, una nueva España se forjaba sobre sus espaldas y aquel mundo que imaginaron pasaba a ser un mero refugio escondido en lo más recóndito de sus nostalgias.

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