21/2/15

Robert Johnson - Sweet Home Chicago







Quedan apenas unas horas para que empiece la 87ª edición de los premios Óscar. En una gala dirigida por el conocido y respetado Neil Patrick Harris, El Gran Hotel Budapest y Birdman parten como favoritas en todas las quinielas. A lo largo de la semana tendremos reseñas y análisis de lo que ocurra mañana en el Teatro Dolby, pero mi crónica de hoy versa sobre un apartado muy concreto de la ceremonia que es el de los nominados. Y, siendo aún más exhaustivos, nos centramos en un simple detalle: todos y cada uno de los artistas nominados son blancos.



 



Este hecho no debería sorprendernos puesto que, citando el artículo de El Confidencial, un estudio de Los Ángeles Times estableció en 2012 que un 94% de las personas que componen la Academia son blancos y el 77% son hombres. El foco del problema, evidentemente, no debemos ponerlo en la gala de premios, puesto que su función es la de escoger entre un grupo determinado de películas, y no tienen obligación alguna de “segmentar en cuotas” las nominaciones para incluir según qué tipo de etnias, colores, mayorías o minorías para ser políticamente correcto. Que Selma, la cinta que narra la historia de Martin Luther King, sólo obtuviera dos nominaciones, puede deberse, simple y llanamente, a que no se merecía más. El problema es que la industria Hollywood es una industria tremendamente ególatra y que no tiene para nada en cuenta la diversidad cultural y la variedad de etnias que pueblan el mundo. Y no lo digo yo, es algo que vienen estudiando multitud de profesionales e intelectuales desde hace ya años.



Batjín dice que el cine y la literatura no evocan al mundo, sino a su lenguaje y sus discursos, que estarán mediados por el entorno socioideológico del autor o creador. La industria de Hollywood ha creado una realidad histórica a partir de su propio discurso, centrado en la hegemonía del hombre blanco y el eurocentrismo. Así, ha “blanqueado” la historia y comete continuos errores a la hora de tratar otras culturas. Esto, y debido a la difusión globalizada de sus filmes, ha contribuido a la creación de multitud de estereotipos étnicos. Ahora bien, el estereotipo no se debe concebir como un simple error de percepción, sino como una forma de control social. Por ejemplo, el papel del buck negro (personaje caricaturizado por su violencia, brusquedad y el desprecio absoluto hacia la autoridad) ha sido el de asustar a los blancos para subordinarlos a la manipulación de una élite. A través del cine se moldean los prejuicios culturales y se trata de enaltecer los pilares del conservadurismo democrático occidental.



  
                                         Nominados a la categoría de “Mejor actor principal”



En los correos de Sony filtrados en noviembre del pasado año se dejaba al descubierto algunos de los comentarios racistas y sexistas que se intercambiaban las altas entidades del estudio. Y es que, aunque quizás sea una afirmación demasiado rotunda, Hollywood es racista. Resulta paradójico, o por lo menos triste, que una industria dominada por el lobby judío, un pueblo al que le tocó sufrir el desprecio y la degradación extrema hasta la categoría de animal, ahora haga lo propio con los demás pueblos en gran parte de sus producciones cinematográficas. Sobretodo por el peligro que conlleva en un país en que afroamericanos y latinos representan casi el 30% del censo y que tiene un problema histórico de integración y aceptación.

Denzel Washington, uno de los afroamericanos con más éxito en la industria


Frente a esta situación, la solución no radica en hacer un cine plagado de imágenes positivas hacia estos grupos, pues se cae en dos errores graves: ambigüedad y condescendencia, fruto de la ignorancia y de ese sentimiento de superioridad que se desprende del paternalismo colonial. En vez de eso, lo primordial es destacar la complejidad y las contradicciones de esta etnia, sin dejar de denunciar la injusticia estructural y la discriminación racial. En última instancia, importa ya no tanto la imagen sino la voz y el discurso que la película debe transmitir, una voz que enfatice la pluralidad cultural y las distintas perspectivas de la realidad de según que comunidad.

Gestos como el de Marlon Brando en la entrega de los Oscar del año 1973, películas como 12 años de esclavitud hacen creer que otra Hollywood es posible. Es difícil pensarlo, porque esta es una lucha muy antigua, porque hay muchos intereses económicos detrás y porque hay poco movimiento en la Academia, donde los puestos son cuasi vitalicios (la media de edad de los miembros es de 62 años). Pero también hace unos años era difícil visualizar a Estados Unidos presidida por un presidente afroamericano. La América con la que soñó Martin Luther King era un oasis de justicia, tierra orgullo de los peregrinos, donde cada pequeña colina y montaña repicaba libertad. Los sueños existen para ser cumplidos, y quizás con el tiempo el fantasma del racismo acabará por desaparecer de la realidad y de la ficción.

 
Martin Luther King pronunciando su discurso el 28 de agosto de 1963

 


Y para terminar el artículo, qué menos que un poco de buena música negra. Porque sin ella no habría ni pop ni rock and roll, ni genios de la guitarra o leyendas del reggae. Y es que es gracias a la buena música que las películas de Hollywood tienen, a veces, otro color. Os dejo con el bluesman por excelencia, el inconfundible Robert Johnson.



 


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