Quedan apenas unas horas
para que empiece la 87ª edición de los premios Óscar. En una gala
dirigida por el conocido y respetado Neil Patrick Harris, El Gran
Hotel Budapest y Birdman
parten como favoritas en todas las quinielas. A lo largo de la semana
tendremos reseñas y análisis de lo que ocurra mañana en el Teatro
Dolby, pero mi crónica de hoy versa sobre un apartado muy concreto
de la ceremonia que es el de los nominados. Y, siendo aún más
exhaustivos, nos centramos en un simple detalle: todos y cada uno de
los artistas nominados son blancos.
Este
hecho no debería sorprendernos puesto que, citando el artículo de
El Confidencial, un estudio de Los Ángeles Times
estableció en 2012 que un 94%
de las personas que componen la Academia son blancos y el 77% son
hombres. El foco del problema, evidentemente, no debemos ponerlo en
la gala de premios, puesto que su función es la de escoger entre un
grupo determinado de películas, y no tienen obligación alguna de
“segmentar en cuotas” las nominaciones para incluir según qué
tipo de etnias, colores, mayorías o minorías para ser políticamente
correcto. Que Selma,
la cinta que narra la historia de Martin Luther King, sólo obtuviera
dos nominaciones, puede deberse, simple y llanamente, a que no se
merecía más. El problema es que la industria Hollywood es una
industria tremendamente ególatra y que no tiene para nada en cuenta
la diversidad cultural y la variedad de etnias que pueblan el mundo.
Y no lo digo yo, es algo que vienen estudiando multitud de
profesionales e intelectuales desde hace ya años.
Batjín
dice que el cine y la literatura no evocan al mundo, sino a su
lenguaje y sus discursos, que estarán mediados por el entorno
socioideológico del autor o creador. La industria de Hollywood ha
creado una realidad histórica a partir de su propio discurso,
centrado en la hegemonía del hombre blanco y el eurocentrismo. Así,
ha “blanqueado” la historia y comete continuos errores a la hora
de tratar otras culturas. Esto, y debido a la difusión globalizada
de sus filmes, ha contribuido a la creación de multitud de
estereotipos étnicos. Ahora bien, el estereotipo no se debe concebir
como un simple error de percepción, sino como una forma de control
social. Por ejemplo, el papel del buck
negro (personaje caricaturizado por su violencia, brusquedad y el
desprecio absoluto hacia la autoridad) ha sido el de asustar a los
blancos para subordinarlos a la manipulación de una élite. A través
del cine se moldean los prejuicios culturales y se trata de enaltecer
los pilares del conservadurismo democrático occidental.
Nominados
a la categoría de “Mejor actor principal”
En
los correos de Sony filtrados en noviembre del pasado año se dejaba
al descubierto algunos de los comentarios racistas
y sexistas que se intercambiaban las altas entidades del estudio. Y
es que, aunque quizás sea una afirmación demasiado rotunda,
Hollywood es racista.
Resulta paradójico, o por lo menos triste, que una industria
dominada por el lobby judío, un pueblo al que le tocó sufrir el
desprecio y la degradación extrema hasta la categoría de animal,
ahora haga lo propio con los demás pueblos en gran parte de sus
producciones cinematográficas. Sobretodo por el peligro que conlleva
en un país en que afroamericanos y latinos representan casi el 30%
del censo y que tiene un problema histórico de integración y aceptación.
Denzel Washington, uno de los afroamericanos con más éxito en la industria
Frente
a esta situación, la solución no radica en hacer un cine plagado de
imágenes positivas hacia estos grupos, pues se cae en dos errores
graves: ambigüedad y condescendencia, fruto de la ignorancia y de
ese sentimiento de superioridad que se desprende del paternalismo
colonial. En
vez de eso, lo primordial es destacar la complejidad y las
contradicciones de esta etnia, sin dejar de denunciar la injusticia
estructural y la discriminación racial. En última instancia,
importa ya no tanto la imagen sino la voz y el discurso que la
película debe transmitir, una voz que enfatice la pluralidad
cultural y las distintas perspectivas de la realidad de según que
comunidad.
Gestos
como el de Marlon Brando en la entrega de los Oscar del año 1973,
películas como 12
años de esclavitud hacen
creer que otra Hollywood es posible.
Es
difícil pensarlo, porque esta es una lucha muy antigua, porque hay
muchos intereses económicos detrás y porque hay poco movimiento en
la Academia, donde los puestos son cuasi vitalicios (la media de edad
de los miembros es de 62 años). Pero también hace unos años era
difícil visualizar a Estados Unidos presidida por un presidente
afroamericano. La América con la que soñó Martin Luther King era
un oasis de justicia, tierra orgullo de los peregrinos, donde cada
pequeña colina y montaña repicaba libertad. Los sueños existen
para ser cumplidos, y quizás con el tiempo el fantasma del racismo
acabará por desaparecer de la realidad y de la ficción.
Martin Luther King pronunciando su discurso el 28 de agosto de 1963
Y
para terminar el artículo, qué menos que un poco de buena música
negra. Porque sin ella no habría ni pop ni rock and roll, ni genios
de la guitarra o leyendas del reggae. Y es que es gracias a la buena
música que las películas de Hollywood tienen, a veces, otro color.
Os dejo con el bluesman
por excelencia, el inconfundible Robert Johnson.
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